Olvidemos todo aquello que hemos aprendido a lo largo de estos años y empecemos de cero. Echemos
de nuestra mente todos nuestros gustos, nuestras preferencias;
hagámoslo para comenzar de nuevo probándolo todo otra vez, como si nunca
lo hubiésemos hecho. Disfrutemos de la vida como si fuese la primera vez que vemos el mundo.
Veamos juntos el amanecer, desde mi terraza, abrazados. Paseemos por el campo, corramos entre las flores. Persígueme para cogerme y, cuando lo hagas, no me sueltes. Riámonos como si nunca hubiésemos sentido el placer de reír, como si no hubiésemos escuchado nunca una carcajada. Susúrrame al oído una canción, bailemos junto con la brisa y dejemos de pensar.
Después,
vayamos a la playa, tumbémonos en la arena y veamos juntos el
atardecer. Observemos cómo marcha el sol sin despedirse, cómo nos deja
intimidad, y alcemos la vista hacia el cielo. Miremos las estrellas
(hoy brillan más que nunca porque saben que estamos mirándolas) y, para
terminar bien la velada, besémonos bajo la luna llena, olvidando todo lo
que hay a nuestro alrededor y centrándonos sólo en querernos. Fundámonos en una sola persona y no pensemos más.
Finalmente, cuando el juego haya terminado, aburrámonos y
volvamos a jugar.
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