Era de noche. Hacía frío. Era un día normal de
primavera. Nada especial, salvo que ella tenía ganas de solo una cosa: gritar.
No sabía bien por qué, pero necesitaba
desahogarse. Tenía la sensación de haberse equivocado en todo, de haber fallado
hasta en las elecciones más simples, y solo quería rectificar, volver a empezar
una nueva y mejor vida. En otro lugar.
Quería olvidar aquello que la había atormentado
tanto durante días. No quería pensar más... pero no lograba evitar hacerlo.
Sin embargo, conforme pasaban los días, empezó a
darse cuenta de que era más importante pensar un poco en ella y no tanto en los
demás. No debía ser sano hacer felices a los otros antes que a ella... Así que
comenzó a complacer sus caprichos (pero eso no significa que fuera una mala
persona, sino que ya estaba harta de que el resto de la gente lograra conseguir
sus expectativas y ella no). Quería ser tan afortunada como todos.
Finalmente, aprendió a reírse de sus errores, a
no pensar en el pasado y a vivir el presente como si el mañana no fuera a
presentarse jamás. Fue feliz. Y descubrió que
los que realmente la quieren, estuvieron a su lado siempre, y nunca se
separaron de ella. Nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario