Tenía la palabra «CULPABLE» escrita con letras blancas sobre el fondo negro azabache. Le
cayó justo al lado, a sus pies. Y ella se la quedó mirando un largo
rato, hasta que se preguntó si realmente ella era esa culpable de la
que la roca hablaba.
En ningún momento había pedido que esa carta
llegara a malas manos; tan solo la había escrito y mandado a través de
una botella de vidrio por el ancho mar. ¿Cómo iba a saber ella que la
cogería un perverso pirata de mente oscura? ¿Cómo iba a saber ella que
en esa carta había puesto tanta vida y tantos sentimientos? La había escrito solo por escribir, por pasar la tarde; no quería que llegara a malas manos.
La palabra «culpable» seguía observándola. ¿Sería cierto? ¿Debía ser ella juzgada y condenada por un acto hecho sin mala intención? Ella creía que no, pero tal vez su opinión no valiera lo mismo para ella que para las demás personas.
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