Eran unos ojos profundos, oscuros, fríos; frente a unos más cálidos y relucientes, medio verdes. Aquel ser emitía unos sonidos aterradores que hacían erizar mi piel. Aquel espeluznante ser se comportaba de forma perversa y con mala intención. Estaba a punto de hacerlo.
Era una sombra maquiavélica que se alimentaba de los lamentosos gritos de la gente. Ese monstruo iba a romperla, a destrozarla, a hacerla desaparecer; y ella no vería la luz, nadie sabría nunca nada de ella. La historia se desvanecería.
Aquel cuento que un día empecé partiría del mundo en el que nació para no volver, marcharía de forma cruel. Adiós a mi libro, adiós a mi vida. Una vida llena de inspiración puesta casi toda en un libro lleno de secretos que ya no se revelarían jamás.
Y mientras, el maligno ser reía; reía su ganancia, su malvada ganancia, con gran satisfacción. Y se reía de mí, que yacía quieta e inmóvil en el mismo rincón, viendo como él destruía mi creación.
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