En efecto, en ese momento necesitaba olvidarlo todo. Todo.
Era uno de esos días en los que casi hubiera sido mejor no despertar, ya que había ido de mal en peor...
Para
empezar, había llegado tarde al castillo; después, al entrar por el
pórtico, había despertado la furia del firme guerrero germánico; y por
último había quedado demostrado que, por muy bien que hiciera su trabajo
de vigía, el centinela seguía siendo tan petulante como siempre, cosa
que la exasperaba constantemente.
No
sé explicaba cómo había llegado a tal extremo en el que estuviera a
punto de hacerlo; cómo había logrado arrancar el arma de los fuertes
brazos del luchador y cómo había escapado de la incesante e incómoda
mirada del guardián.
Habiendo
traspasado la puerta, pudo observar que las luces, a pesar de verse ya
los rayos del sol, seguían encendidas. No era extraño, puesto que,
seguramente, aquel vehemente e insistente soldado la hubiera estado toda
la noche esperando sin apenas dormir.
Él
había decidido tirarla por los suelos y hacerla sentir mal, culpable,
como si tuviera la culpa incluso de la lluvia. Ella, como siempre, había
terminado por hacerle caso e interiorizar sus falsas palabras.
Más
tarde, sin saber cómo ni cuándo exactamente, ella había alcanzado robar
el revólver al firme y tenaz guerrillero y había logrado esconderlo
entre sus ropas.
Y luego,
sin frenar el tiempo ni detener el sonido del tic-tac, habia podido
esconderse de aquel sensato pero arrogante y fatigante vigilante...
Y en ese momento no sabía qué hacer. ¿Apretar el gatillo o no hacerlo?
Quería
olvidar, mas le era imposible. Tenía ganas de marchar quién sabe dónde,
muy lejos; allá donde no existieran lo muros, donde no hubiera
belicosos enfurecidos y prepotentes, donde no habitara ningún símil con
ninguna especie de guardián que la oteara desde lo alto y vaticinara
todos sus pasos, algo realmente agotador. Quería partir lejos, muy
lejos, y para siempre.
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