Fue
rápida y directa. Sin parar un instante. Tal y como lo había planeado. Y se arrepintió.
Se acortaron las largas e insoportables distancias para volver a ensancharse
más y más. Cesó la gélida lluvia para dejar paso a unas bellas nubes que originarían
tormenta. Frenó el viento para adelantársele una apaciguada calma que terminaría
despertándose tan fiera como un huracán. Calló el ruido para convertirse en un precioso y profundo silencio que acabaría
escuchándose por todas partes. Se calentó el frío para volverse aún más helado, casi tanto como el hielo. Y secaron las lágrimas para volver a caer.
Lo tenía claro. Ahora sí. Aunque sólo fuera por un instante, hizo bien. Pero el instante fue corto y falleció.
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