Cógelo con
cuidado, teniendo en cuenta que, bajo esa rígida capa, dura como una piedra, el
material es frágil y se puede romper con facilidad, tal y como ya le pasó una
vez.
Trátalo bien. Aunque no sea tuyo, no tienes por qué lastimarlo más de lo que
está. Tócalo con suavidad y déjalo en un lugar seguro, donde no se vaya a caer
ni vaya a sufrir más daños de los que, a simple vista, se observa que ha
padecido a lo largo de estos años.
Procura no fragmentarlo e intenta que no pierda su calor. Trata de que el lugar
escogido para dejarlo no sea muy frío, ya que podría quebrarse por el hielo
provocado en las bajas temperaturas.
Y, finalmente, no te vayas sin despedirte. No es un objeto inanimado: tiene vida
y late sin parar, a pesar de desear no hacerlo. Despídete de él y márchate
cuando hayas comprobado que a este no le duele tu partida. Aprovecha ese momento y vete. No te gires. No te vuelvas para ver cómo se
encuentra o se romperá.
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