Estaba sola, literalmente sola. Rodeada por la naturaleza.
Había flores por todas partes; rojas, violetas, blancas, amarillas... De todos los colores menos de su favorito. No entendía bien por qué no había de ese color, pero tampoco le importaba mucho. Tan solo había una única cosa que conseguía quitarle el sueño: estaba sola.
La inquietaba mucho ese hecho, la preocupaba que no hubiese nadie alrededor, nadie con quien hablar; ni un alma, estaba todo desolado... No se oía ni el cantar de los grillos, ni el silbido del viento que, evidentemente, mecía suavemente el césped, su pelo...
Avanzaba dando minúsculos saltos procurando no pisar las flores, no quería marchitarlas; aunque no supieran decir palabra, tenían vida, lo sentía. Correteaba sin cesar en busca de alguna voz que la ayudara, una voz que supiera indicarle el camino a casa.
Se había perdido, se había separado de su grupo y hacía ya tiempo que avanzaba sin rumbo alguno, hacia un destino totalmente desconocido para ella.
Entonces oyó un susurro y fue tras él. Parecía estar lejos, pero en realidad estaba más cerca de lo que ella podía imaginar.

Saltó un poco más veloz para llegar antes a ese lugar. Ya notaba su frescura, olfateaba su fragancia... Era un precioso tulipán en medio de una zona verde, un tulipán que le susurraba el camino a casa... La guiaba por la senda correcta, la guiaba para que no tropezase, para que siguiera adelante sin mirar atrás, para que se le acercara más y más...
Ella logró alcanzar aquella meta, lo abrazó y supo entonces que su deber era permanecer con el tulipán: su verdadero hogar.
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