He intentado lo imposible: he intentado no estar triste y
no lo he conseguido. He intentado no atiborrarme a golosinas en mitad
de la noche mientras pienso que mi vida no tiene sentido, tanto si estás
tú como si no. No masticarlas tan rápidamente y tragármelas casi sin
saborearlas mientras noto cómo vuelve el frío a mi piel, y hace que
necesite ponerme el pijama de otoño o taparme con las sábanas de
primavera. He intentado no sentir la necesidad de llenar este vacío que
tengo en el pecho con azúcar, no sentir la necesidad de cubrir tu amarga
ausencia con dulces más o menos baratos que sólo son fruto de un
capricho puntual y que sólo causan dolor de estómago. Y he intentado,
por supuesto, no llorar. Ya lo he dicho antes: he intentado lo
imposible. He intentado no irme corriendo al baño en bragas y con un
nudo en la garganta. He intentado no chocarme contra las paredes, no
arrastrarme por los suelos. He intentado no desplomarme en el pequeño
cuarto de baño, no lloriquear como una cría adolescente cuyo novio la ha
dejado tras tres meses de amor verdadero, he intentado no berrear como
una desesperada.
Lo he intentado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario