Tú
no lo sabes, pero cuando te escribo directamente a ti te veo
leyéndome.
Y
no lo sabes precisamente porque nunca te escribo directamente a ti,
sino a un tú que me he inventado yo.
A
veces incluso me invento que te escribo porque no me apetece
escribirte para no escribirte realmente.
Y
en realidad me paso el día escribiéndote porque sé que nunca más
me atreveré a hablarte.
Tú
no lo vas a saber, pero siempre que invento que te escribo
directamente a ti lo primero que hago es intentar escribirte un
poema.
Me
pongo a contar con los dedos de las manos las sílabas que hay en
cada verso y busco en el diccionario palabras que sean sinónimas
para hacer que algunos versos rimen entre ellos.
Después
de intentarlo veinte mil veces, desisto y me pongo a escribir en mala
prosa.
Y
me acuerdo entonces de que ni siquiera sé escribir.
Pero te escribo
como puedo
sin comas
sin puntos
sin preguntas
sin sobresaltos
en cursiva
despacito y
con mala letra
tosiendo
llorando
temblando
nomepasanadeando
con palabras que no existen
en la cama
en el suelo
en el aire
y le rezo
de rodillas
a mi ateísmo
por acabar ya
por favor
de enamorarme de ti
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